Primero el BICENTENARIO.
Después vino el Mundial de Sudáfrica.
Los fabricantes de banderas estaban exultantes. Y los
vendedores. Y a decir verdad, muchos ituzainguenses también lo estábamos.
Durante 60 días los baches parecían más chicos, la gente en
la calle parecía menos crispada y hasta nos dolía menos esa certeza tan
repetida de no llegar a fin de mes.
Pero justo con la finalización de la primer mitad del año
llegó el partido con Alemania que nos dejó fuera del Mundial y pareciera para
algunos que todo terminó.
De buenos periodistas suele ser la costumbre de reflejar la
realidad sin intentar cambiarla.
Nada más lejos de mi intención al escribir estas líneas.
Imposible conformarme con la simple enumeración de los
hechos.
¿Cómo dejar pasar la oportunidad de aprovechar este rebrote
de fervor patriótico albiceleste?
El concepto es tan simple como pensar que la celeste y
blanca puede y debería dejar pasar a la verde de Ituzaingó que cuánto más cerca
está de nuestros cotidianos intereses.
Y así entusiasmarnos y ponernos la camiseta del club de
nuestra patria chica donde van nuestros pibes.
Y subir un poco más la apuesta y en un rapto de fervor
ciudadano (nada más patriótico) acercarnos al centro cultural más cercano, no
ya como simple espectador, sino como participante activo dispuesto a colaborar
y ¿por qué no? Modificar en algo la realidad, nuestra realidad. La tuya.
Y tal vez más… como si fuera la final del Mundial que no
tuvimos, salir desesperado a la calle, pararte en cada puesto de diarios y
pedir, reclamar, exigir que cada nueva edición de los periódicos zonales sea
enviada a tu domicilio sin demora.
Y será una nueva emoción en una vida más plena en una
comunidad mejor.
Daniel Jorge Galst